viernes, 20 de enero de 2012

EL ERMITAÑO


Muchos pasaban por allí, por aquella cueva donde se encontraba el ermitaño. Él daba agua y alimento a todo aquel que le venía a visitar y los excursionistas se marchaban agradecidos por la amabilidad de aquel anciano santo. Nadie sabía su nombre pero aquel hombre era famoso por las gentes de los alrededores que lo tildaban como la persona más bondadosa del planeta.
Cuenta la leyenda que una familia que viajaba en su caravana pinchó una de sus ruedas en mitad de la montaña. El padre de familia se vio en un gran aprieto porque aunque tenía una rueda de recambio, no tenía un gato con la que poder cambiarla. Tampoco tenía cobertura en su teléfono móvil, así que aquella familia se encontró sola, perdida y desamparada en medio de aquel bosque. Sin poder llamar al RAC. Menos mal que el ermitaño, según cuentan, andaba por ahí. Al parecer tenía el cagadero relativamente cerca del incidente y escuchó los lamentos de aquella familia. Rápidamente el anciano santo acudió para prestarles auxilio y el padre le explicó su problema.
Según cuenta la leyenda, ante la perplejidad de aquella familia, el viejo ermitaño realizó un milagro. Dicen que con sus propias manos y la ayuda de Dios levantó la caravana y cambió la rueda él mismo. Aquella familia se quedó maravillada ante semejante proeza y para demostrarle su gratitud, le rogaron al viejo que entrara en la caravana y tomara algo caliente. El padre le dijo que su mujer preparaba un arroz estupendo, que se quedara a comer y que después le harían un masaje en los pies con aceite de patchouli. Pero inexplicablemente el ermitaño se negó. Aquel hombre santo no había hecho aquello a cambio de placeres y manjares, sino más bien para todo lo contrario, tenía que seguir con su penitencia y ellos le debían ayudar. El ermitaño le contó que tenía que pagar por los pecados del mundo, así que sacó una cadena enorme y le pidió al padre que le azotara con ella bien fuerte en sus posaderas.
El padre quedó sobrecogido ante la enorme bondad del anciano y con el corazón en un puño, verdaderamente emocionado, comenzó a golpear al ermitaño con aquella pesada cadena. Una y otra vez, con todas sus fuerzas. Tenía que agradecérselo como fuera. 

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