lunes, 7 de noviembre de 2011

JALOGÜÍN (Aka. Halloween)


(Nota: antes de empezar, sé que hoy no es "Halloween"... Este escrito debería haber aparecido en el blog el día 31 de octubre, pero como soy un sucio perro no ha salido hasta hoy).


Que Halloween es una auténtica gilipollez, lo sabe hasta mi sobrino de dos meses. ¿Quién en su sano juicio se pone, a día de hoy, a pedir chocolatinas de puerta en puerta y dice eso de “truco o trato”? A ver quien es el valiente que dice: “o me das un caramelo o te reviento un par de huevos podridos en la puerta de tu casa”. Nadie. Bueno nadie, nadie… Siempre hay algún estúpido sin miedo que se la juega. Que se dice: “a tomar por culo”. “Yo soy más que nadie”. “A mi no me va a pasar nada”.
Joder, ese tío es Fermín. El tonto de mi pueblo.
El tío se pone un chubasquero, ¿vale? Pero no porque llueva, sino para caracterizarse. Fermín, en Halloween se hace pasar por el “hombre del saco”. Así que se pone un chubasquero y coge un puto saco y lo lleva a cuestas por todo el barrio. Tendrían que verlo. Menudo idiota.
Idiota rematado, señores.
“Truco o trato”, dice.
-Fermín, ¡cómeme la polla! – le gritan.
La cosa tendría más sentido si viviera en un barrio de pijos, rollo Pedralbes, alguna zona de esa con gente de perras. Gente que se ha yanquizado y que gusta de todas estas paparruchas americanas que no saben que mierda significan. Allí podría colar… Pero Fermín vive en mi barrio y en mi barrio la gente escribe Halloween tal que así: “Jalogüin”. Es decir, Fermín, hijo, déjalo joder. No seas tonto, macho. Pero el tío ni caso. El tío en su mundo. Diciéndole a toda la gente que es el jodido hombre del saco y que se va a llevar a tu hija si no le das un puto caramelo. Y todo eso porque vio la película aquella de John Carpenter en la que un loco, un subnormal, un tonto, ¡el tonto del pueblo!, se ponía una máscara, se hacía pasar por el hombre del saco y liquidaba a adolescentes.
El tonto de Fermín se piensa que por ponerse una puta capucha todo el mundo le va a respetar. Se pasa todo el año esperando a que llegue Halloween para ello. Para conseguir el respeto que no consigue en su día a día y lo único que hace es joder aún más su imagen de tonto del pueblo.
A mi me da mucha pena el pobre, así que el año pasado intenté echarle una mano y le dije que probase en otro pueblo, en algún otro lugar donde nadie le conociese, es decir, que se fuera a otra parte, le dije que se largase de nuestro barrio porque allí jamás iba a ser respetado.
Eso fue el año pasado, ¿de acuerdo? Y el tío me hizo caso, ¿vale? y entonces no volví a saber nada de Fermín hasta hoy. Hoy Fermín, ha vuelto y ya no lleva chubasquero. Lleva una corbata y un traje. Ahora dice que es un abogado de prestigio y que ha vuelto al barrio sólo para restregárnoslo en la puta cara.
El tío daba el pego. Así arreglado, con su raya “pa’l lao”. Muy bien plantado y su colonia “Chispas”. Joder, Fermín había dado un giro de 180 grados a su vida y yo me he alegrado muchísimo por ello. Por un momento he llegado a pensar que Fermín había cambiado y que por fin había cogido las riendas de su vida y se había convertido en un hombre de provecho.
Pero que va… para mi sorpresa, después de unas horas me lo he vuelto a encontrar y esta vez estaba llorando detrás de un container de esos amarillos donde se tira el plástico. El tío estaba deshecho. Decía que todo aquello era una falsa. Que seguía sin ser respetado y que jamás lo sería. Que había sido una estupidez “disfrazarse” de abogado (y más en un pueblo donde no se utilizan estas cosas. En mi barrio sólo existe la ley del más fuerte o en su defecto “del que la tiene más grande”). Fermín me confesó que se había tirado un año entero vagando por los bosques, comiendo de lo que le daba la naturaleza, defecando en los ríos y limpiándose el ojete con piedras, para meditar y encontrar un plan perfecto. Quería intentar volver a su hogar por la puerta grande. Inventarse una nueva vida. Dejar de lado el mote del “tonto del pueblo”.
A grandes rasgos parecía un plan infalible: se largaba durante un año y volvía en Halloween como si fuera un hombre respetable. Ya no llevaría aquel ridículo chubasquero ni aquel andrajoso saco. Ya no sería el hombre del saco, sería un puto abogado. Pero no uno cualquiera, sería el “abogado del diablo”. El muy iluso pretendía que la gente, al verle pasear por las calles, todo respetable y estirado, le dieran chocolatinas o caramelos, o que, en su defecto, la gente le dejase sus hijas. Ya no haría falta, según Fermín, que cayera en la estupidez del “truco o trato”. Ya no era necesario, ¿lo entienden? Aquello lo había visto en una serie de aquellas rollo Ally McBeal (o como se llame esa delgaducha bulímica). Ahora sería un tipo respetable e iba a conseguir lo que tanto ansiaba… Chocolatinas y/o chochitos.
Pero hoy Fermín ha aprendido una dura lección: uno puede engañar a los demás, pero no se puede engañar a si mismo. Entonces le he dicho: “joder, Fermín, antes eras tonto, pero molabas” (tampoco sabía que cojones decirle, ¿saben?). Entonces me ha mirado a los ojos y lo ha entendió todo. El tío ha cogido y ha tirado a la basura (en el container del plástico) aquel traje del Zara que se compró en las rebajas y se ha vuelto a poner su eterno chubasquero, y entonces, gritando más feliz que nunca, ha corrido de casa en casa diciendo aquello de: “truco o trato”.
Si, Fermín sigue igual de gilipollas que antes y la gente sigue riéndose de él, pero ahora Fermín es un tonto respetado. Y es que no hay mayor gloria para un hombre que ser uno mismo y Fermín lo ha conseguido. Se ha encontrado a si mismo y, lo más importante, se siente cómodo así.
Aunque le tiren piedras y nadie le quiera prestar a sus hijas, Fermín, hoy, “Jalogüin”, es el hombre más feliz del mundo. Como le envidio.
Todos los tontos tienen suerte.

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