(NOTA: Esta mierda está dedicada a mi último seguidor... Teniendo en cuenta que me meto de tanto en este blog, me alegra un montón comprobar que de vez en cuando ahí alguien nuevo. Así que, Helmet, este relato es para ti. Pero antes, como no, me gustaría que analizásemos un momento la fotografía que precede al texto. Como vemos, el policía tiene la pistola hacía abajo, eso indica seguridad, templanza, calma... Mientras que el otro, el fulano que se folla a su mujer (en la foto, la zorra que mira de reojo detrás del poli), tiene la escopeta colgada en la espalda... Eso sólo significa que la tiene más grande que el policía. Solo eso. Lo demás son tonterías).
En momentos jodidos la
gente se pregunta, ¿cómo debo actuar? ¿Debo seguir siendo una
persona correcta o debo guiarme por las leyes de la supervivencia? De
aquello trataba la serie aquella de los zombies, The Walking Dead.
Bueno, también iba sobre un sheriff cornudo que no sabía quien era
realmente su mujer. No sabía lo puta que era. Para que me entiendan,
el poli vivía un engaño en mitad del Apocalipsis, ¿vale?
Supongo que eso era lo
peor de la serie. Es decir, en un mundo donde los muertos caminan y
están hambrientos de carne humana, ¿a quién cojones le importa que
una fulana le ponga los cuernos a un puto monillo? Por si fuera poco,
la muy guarra le engañaba con su mejor amigo. Como si aquello
importara demasiado. Toda la puta serie esta de Walking Dead era un
intento de hacerte olvidar que los protagonistas estaban en mitad del
fin del mundo y que te pararas a pensar en meras trivialidades…
Pues bien, eso era lo que
pensaba antes, cuando la tierra era un lugar apacible… Ahora que
las profecías de San Romero se han hecho realidad y los zombies han
invadido la tierra, he cambiado totalmente de parecer. Para mi
sorpresa cada vez le doy menos importancia a los zombies y pienso en
estupideces.
El otro día estuvieron a
punto de morderme un puñado de zombies porque me paré a observar
con preocupación que mi orina era demasiado oscura. Me maldije por
aquello. Un buen superviviente jamás haría una cosa así.
La primera vez que vi a
uno de esos capullos ralentizados y podridos, fue cuando estaba
echando una lotería. ¿Se lo pueden creer? Estaba allí, mirando la
pantallita esa en la que te dicen si eres millonario o no, y
entonces, el tío de la administración de la lotería gritó:
“¡joder, un un zombie! ¡Un zombie!”.
Me volví y
efectivamente, allí estaba. La verdad es que los zombies no dan
tanto miedo como en la tele. En la vida real los zombies son menos
fieros de lo que aparentaban con aquellos maquillajes de Greg
Nicotero. En la vida real les das una patadita y les partes las
piernas o lo que sea y listos, ¿saben? Esa gente está podrida,
joder. Pero bueno, a lo que iba, el tipo de la administración se
puso como loco y yo quería saber si me había tocado la lotería.
¿Lo ven? ¿Qué cojones
importa que te toque la lotería si el mundo está plagado de muertos
vivientes? Es que no tiene sentido. Pero yo ahí, insistiendo, “no,
no, míreme los números a ver si están premiados”.
No estaban premiados, por
si a alguien le interesa.
El caso es que el otro
día me mordieron. Me mordieron una pierna y la infección comienza a
expandirse. Tengo toda la puta pierna engangrenada y más de cuarenta
grados de fiebre. Estoy delirando.
Ahora mismo estoy
delirando.
“Uuulaaaaajajaaa…”
¿Lo ven?
Pues bien, en mitad del
final de mi existencia, a punto de convertirme en un maldito zombie,
ando comiéndome la cabeza por una estupidez.
Verán, la semana pasada
le hice el amor a mi mujer, ¿vale? Con la pata engangrenada y todo.
Como un campeón. Pero pasó una cosa muy jodida. Me sentí como el
puto sheriff de la serie… ¡Mi mujer me llamó Antonio! Antonio...
¡Si yo me llamo Fermín! ¿Quién es Antonio, eh? Pues no me lo
dice. La zorra no suelta ni prenda… Y miren que la intento asustar.
Echo espuma por la boca, me convulsiono como la niña del exorcista y
le digo que cuando me transforme en zombie me la voy a comer a ella y
a su “Antonio”. Pero nada, ella pasa totalmente de mí…
Que hija de puta es mi
mujer. Seguro que ha aprovechado este momento, el momento de mi
zombificación, para llamarme por otro nombre. Para soltarme lo de
Antonio… Ahora que me estoy transformando en zombie, sale todo a la
luz. No falla.
El otro día me escondí
en el armario a ver si los enganchaba en mitad de la faena. Pero no
sirvió de nada… Allí no apareció ningún Antonio. Pasaron otros.
Pasó un tal Roberto, un tal Ambrosio, un tal Mariano… Pero de
Antonio ni rastro. La muy guarra se llevará ese misterio a la tumba.
Mi mujer es demasiado lista y ha visto demasiadas telenovelas como
para que se le escape quien es Antonio... Sabe como confundirme, como
salirse con la suya… Se piensa que si la veo con otros hombres
podré olvidar que una vez me llamó Antonio. ANTONIO. ¿Quién eres
tú, Antonio? Dímelo. Dime.
“Uuuuulajajajaa…”
Ya me queda prácticamente
poco. Apenas minutos… Y sé que no moriré, no. Caminaré
eternamente por la tierra, pudriéndome, echando pus por las cuencas
de los ojos y por las orejas… Peleándome con los buitres… Voy a
ser un “walking dead”.
Pero lo peor de todo es
que seguiré sin saber quien cojones era Antonio. Ese el mayor
tormento que me queda… Que razón tenían los de Walking Dead. Las
pequeñas trivialidades son las que de verdad importan en los
momentos difíciles.
Si tuviese una productora porno haría una peli cuyo nombre fuese Zombis Violadores. La primera escena...Antonioooooooo
ResponderEliminarCuídese la pierna y el cigarro puro (no vaya a ser que te muerdan en cualquiera de los dos sitios y tengas un disgusto :P)
¡Pero que me dice!... Usted echando una primitiva cual mortal ciudadano periférico de barrio. Suponía que estaba por encima de cosas tan mundanas como el dinero.
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