lunes, 18 de julio de 2011

MI ABUELO, UN TIPO BIEN

Dedicado a mi primer seguidor, El Retronauta. Un tipo bien.

Mi abuelo siempre fue un tío muy bien parido. Era más bien feo, tal y como vemos en la foto, pero a mi abuelo no había “gachí” que se le resistiera. Cuando mi abuelo se sentaba en el bar, todos los jovenzuelos corrían a sentarse cerca suyo para escuchar sus historias. Joder, como triunfaba mi abuelo. Todos le invitaban a cervezas y cuanto más bebía mi abuelo, más hablaba. Más contaba. A la gente le encantaban las historias de mi abuelo.
Durante una de las pocas historias que escuché, pues no siempre me dejaban escuchar (eran historias para adultos), mi abuelo explicó que conoció a una espía rusa que pasaba información a los comunistas. Empezó a contar que le dio cobijo y que a punto estuvieron de pillarlos los fascistas, pero él sabía como apañárselas para no ser descubiertos, pues en su casa tenía camuflada una habitación donde la escondía cada vez que venían. Aquella historia pintaba francamente bien pero pronto la gente comenzó a dejar los vasos encima de la mesa y a mirar hacía otro lado. Entonces, mi abuelo empezó a contar otros “asuntos” de la espía rusa. Nos dijo que la espía rusa tenía la vagina más extraña que jamás había visto. Rápidamente escuché como una de las personas que estaba sentada cerca suyo pedía otra ronda. “¡Marchando!”, escuché que decía el camarero. De pronto vi a muchas más personas agolpadas entorno a mi abuelo, dispuestas a no perderse ningún detalle de lo que aquel anciano les iba a contar.
-Nadja, que así era como se llamaba, era capaz de fumar puros habanos con el potorro – explicaba.
-¿Y qué más? ¿Y qué más? – le increpaban los demás.
-Y además hacía “O”s con el humo.
-¡No puede ser! – decían entre risas -. ¿Y qué más abuelo?
-“O”s gigantescas…
-Si, pero que más, ¿qué más?
-Pero lo más curioso era que Nadja me hablaba con su coño.
Al decir aquello todos le miraron estupefactos. Anonadados.
-Si amigos, me hablaba… - dijo -. Nadja me hablaba con su chumino.
Uno de los asistentes se percató de que a mi abuelo le quedaba poca cerveza en el vaso.
-¡Camarero, póngale otra cerveza a este buen hombre! ¡Qué está seco!
Entonces se puso a emitir extrañas palabras que, según él, le decía el coño de la espía rusa. “Hooouula”, “cliiiictouriis”, “raaabuas com paaapuas”, eran algunas de las palabras que era capaz de decir aquel increíble chocho. “Peneeitraimeee”, “más fuirteei”, “pour el culio nou”. La gente vitoreaba a mi abuelo cada vez que contaba cosas de aquellas. “Además”, continuó, “aquel coño tenía lengua, y con él me he dado los besos más dulces de mi vida”. Uf, aquello si que fue el acabose. Después de aquello mi abuelo salió por la puerta grande, mientras todo el mundo le festejaba. Aquella tarde cortó el rabo y las dos orejas.  
Por alguna extraña razón, esta historia me vino a la cabeza mientras miraba a mi abuelo postrado en la camilla del hospital. Aquel hombre que tantas cosas había vivido, que tantos virgos había roto… tenía un aspecto francamente horrible. Debido a un cáncer tenía ambos testículos tan inflamados que parecían dos pelotas de baloncesto. Me daba mucha lástima y, la verdad, no me apetecía estar mucho rato allí metido con semejante panorama. Había hecho acto de presencia y encontraba que aquello ya era suficiente. Que ya había cumplido. Entonces mi abuelo me llamó y me dijo que me iba a contar una historia que jamás había explicado anteriormente. Que era un secreto que le reconcomía por dentro. Ilusionado me puse cerca suyo dispuesto a escuchar la última gran historia de mi abuelo. Su último periplo con el sexo opuesto.
-Querido nieto… - me dijo con dificultad -. Tengo que explicarte algo pero antes debes jurarme que sabrás perdonarme.
Yo afirmé ansioso, ya que fuera lo que fuera, no creía que fuera algo tan importante como para no poder perdonárselo a un pobre hombre moribundo.
-¿Recuerdas que te dije que tu madre y tu padre murieron en un accidente de coche? – me dijo de repente. Yo afirme, ¿a que demonios venía eso? Pues claro que lo recordaba, había escuchado aquello desde que tenía pañales -. No era verdad – prosiguió -, tú jamás tuviste padre… ni madre tampoco…
Oh, Dios…  No sé porque pero temía que aquella historia no iba a tener tanta gracia como las que explicaba en el bar.
-Sé que lo que te diga te parecerá extraño, pero debes creerme. ¡Debes creer lo que te digo! ¡Tú eres especial!  ¡Mírame a los ojos! ¡Te estoy diciendo la verdad! Es un secreto demasiado atroz como para llevármelo a la tumba. ¡Tienes que escucharme! ¡Por favor! ¡Tienes que hacerlo por mí!
Aquello empezaba a pintar mal y yo había quedado con unos amigos en la bolera. Tenía que estar allí en media hora y no tenía tiempo para escuchar los delirios de un viejo. Pero mi abuelo continuó:
-Una noche, creo que fue allá por el año 1980, fui abducido por una nave espacial… ¡Fui abducido por un OVNI, por Dios! ¡Creeme! ¡Sé que es duro, pero es verdad! ¡Escúchame! Ellos me hicieron algo raro en el culo. Me metieron unos aparatos que nunca antes había visto… Nieto… - dijo al fin entre sollozos -. Yo soy tu padre… Tu padre y tu madre… Yo te parí una tarde de agosto… Yo te cagué en el retrete de casa…
Joder, con mi abuelo… Menuda mierda de historia. Rápidamente miré mi reloj e intenté soltarle alguna excusa para largarme.
-Verá abuelo es que he quedado con unos colegas, sabe… Otro día me lo explica…
-Hijo, hijo… Espera… - me imploró desde la camilla -. La extraterrestre tenía tres tetas… Si, ¡tres tetas! ¡Y también tenía dos orificios en el culo! Era la extraterrestre más bella que había visto y me maldije por no tener dos buenas pollas para penetrarla como era debido… Entonces, oh… Joder… Aquella puta extraterrestre hizo que me creciera un puto zipote por encima de mi ombligo. ¡Fue el polvo más maravilloso de mi vida! – y entonces se puso a reír como un loco.
Tras escuchar aquello decidí acercarme y mirar fijamente a mi abuelo. Aquello no podía quedar así. Teníamos que hablar claro de una maldita vez.
-Está bien abuelo – le dije muy serio -. Explícame como tenía esa alien las tetas, explícame como te la follaste, y te juro por Dios que te consigo una maldita cerveza.
Me abuelo se puso a llorar y me lo contó todo.
Fue una historia genial.