En el trabajo escucho música
pintoresca. De todo tipo, ¿vale? Tengo un maldito USB que conecto al ordenador
con miles de canciones de distinto pelaje. Que me viene un tipo así un poquito
macarrilla, pues le pongo la “Nana
del caballo grande” de Camarón de la Isla. Que me viene una tía así como un poco indi,
con sus “gafapasta”… Pues le pongo una de los Maccabees (que ahora están de
moda). Que me viene un hippy, pues una de los Cramps. Yo que sé… Es un poco
para que veáis la
relación. Si viene un negrata, pues le pongo “A change is gonna
come” de Otis Redding, y si viene un rico con corbata le meto cualquier puta
canción de ópera de algún alemán como Michael Raucheisen. Supongo que lo van
pillando, eh… Es un truco que utilizo para que el cliente se sienta a gusto,
como en su casa, relajado, y comience a comprar como un hijo de puta
capitalista. Y no se dan ni cuenta, oiga. Os lo juro. Bueno, también lo hago
para sentirme más aceptado por la gente que entra en el establecimiento. Para
que me hagan un poquito de caso. Sentir cariño y esas cosas. Sentir que formo
parte de este jodido planeta.
Pero vayamos al grano, el otro
día vino un tipo, un señor mayor. El Señor Manuel. Entonces, tonto de mi, no se
me ocurrió otra cosa que ponerle una canción del maldito Willi Deville. El
hombre, como es lógico, ni se inmutó. Permaneció inmóvil, como quien escucha
llover. Entonces cojo y le digo:
-Buena música, eh… Seguro que
usted esto lo ha bailado muchas veces en la discoteca.
¡¡En la discoteca!! Seré hijodeperra…
Si ese señor por lo menos tenía setenta años. Seguro que antes no habían
garitos, ni cubatas, ni go go’s, ni drag queens... Rápidamente me di cuenta que
había cometido un grave error, así que lo intenté subsanar como pude.
-Pero usted no tiene pinta de
haber sido de “esos” que iban a la discoteca, eh…
Menudo imbécil. Que tonto soy. No
se me ocurrió nada mejor. Entonces el hombre movió la cabeza como diciendo,
“pobre infeliz” y me soltó:
-Yo cuando era joven me iba al
“baile”. Escuchábamos música de verdad, escuchábamos a una orquesta tocar.
Al decir aquello al hombre se le
pusieron los ojos llorosos. Estaba realmente conmovido.
-Tú, hijo, no sabes lo que es
bailar agarradito – me dijo -. Aquello era mucho más que cualquier otra cosa
que hayan inventado ahora (por mucho reggeaton
que digan), allí, mientras bailábamos, realizábamos un auténtico ritual. En
aquellos tiempos te las tenías que ingeniar como podías.
Sonrío pensativo y se largó. Así,
sin más. Entonces me vino un flash a la cabeza. Vi a aquel señor bailando. Era joven. Tenía
más pelo… Era de color negro oscuro y también lucía un enorme bigote. Lo vi
agarrado a una joven virginal, preciosa, que le sonreía sin malicia. Los dos
unidos mientras sonaba “Ahí viene la conga”. Era muy romántico y, efectivamente,
un auténtico ritual de apareamiento. Aquel hombre era un auténtico lince. Era
capaz de colar la rodilla por en medio de las piernas de la zagala con una
pericia envidiable.
Después de aquello me maldije por
no haber nacido en los años treinta, cuarenta o, ya apurando un poco, en los
cincuenta… Aquel hombre si que sabía. Ahora me he bajado del emule un montón de
orquestas de mierda. Paul
Moriat, Xavier Cugat, Ray Conniff… Joder, las tengo todas… Pero aquel
señor no ha vuelto a aparecer y no creo que vuelva.
Invócalo vía Ouija (o "con las gracias" de Sandro Rey)
ResponderEliminarMuy callado está usted señor Puro ;)