Caminaba por la calle con paso
firme y decidido. Llevaba al menos tres horas con ganas de hacerlo pero por un
motivo u otro siempre había algo que se lo impedía. Por allí sin embargo no
pasaba nadie. Miró a un lado y al otro de la calle. No había una
maldita alma y pensó que aquel sería el momento. Soltó una carcajada del
demonio en un acto de locura liberadora y después comenzó a peerse a culo
abierto. Se escuchó un rotundo y sonoro pedo en mitad de la calle. Por fin no había
nadie a su alrededor y podía cometer aquel crimen sin testigos. Un pedo
infinito que parecía desinflarle todo el malestar que había estado acumulando
durante esas tres horas de sufrimiento. Pero entonces alguien lo llamó “CERDO”.
Volvió a mirar a un lado y al otro de la calle y no vio a nadie. ¿Cómo era
posible? “CERDO”, le volvieron a llamar. Entonces miró hacía arriba y se
percató que un tipo viejo y desdentado había presenciado toda esa escena llena de
cobardía y miserabilidad. Que estúpido y confiado había sido. Olvidó que siempre
hay alguien desde las alturas vigilando nuestros movimientos y que ningún
pecado queda sin su castigo correspondiente.