viernes, 23 de marzo de 2012

UN POCO DE MÚSICA



En el trabajo escucho música pintoresca. De todo tipo, ¿vale? Tengo un maldito USB que conecto al ordenador con miles de canciones de distinto pelaje. Que me viene un tipo así un poquito macarrilla, pues le pongo la “Nana del caballo grande” de Camarón de la Isla. Que me viene una tía así como un poco indi, con sus “gafapasta”… Pues le pongo una de los Maccabees (que ahora están de moda). Que me viene un hippy, pues una de los Cramps. Yo que sé… Es un poco para que veáis la relación. Si viene un negrata, pues le pongo “A change is gonna come” de Otis Redding, y si viene un rico con corbata le meto cualquier puta canción de ópera de algún alemán como Michael Raucheisen. Supongo que lo van pillando, eh… Es un truco que utilizo para que el cliente se sienta a gusto, como en su casa, relajado, y comience a comprar como un hijo de puta capitalista. Y no se dan ni cuenta, oiga. Os lo juro. Bueno, también lo hago para sentirme más aceptado por la gente que entra en el establecimiento. Para que me hagan un poquito de caso. Sentir cariño y esas cosas. Sentir que formo parte de este jodido planeta.
Pero vayamos al grano, el otro día vino un tipo, un señor mayor. El Señor Manuel. Entonces, tonto de mi, no se me ocurrió otra cosa que ponerle una canción del maldito Willi Deville. El hombre, como es lógico, ni se inmutó. Permaneció inmóvil, como quien escucha llover. Entonces cojo y le digo:
-Buena música, eh… Seguro que usted esto lo ha bailado muchas veces en la discoteca.
¡¡En la discoteca!! Seré hijodeperra… Si ese señor por lo menos tenía setenta años. Seguro que antes no habían garitos, ni cubatas, ni go go’s, ni drag queens... Rápidamente me di cuenta que había cometido un grave error, así que lo intenté  subsanar como pude.
-Pero usted no tiene pinta de haber sido de “esos” que iban a la discoteca, eh…
Menudo imbécil. Que tonto soy. No se me ocurrió nada mejor. Entonces el hombre movió la cabeza como diciendo, “pobre infeliz” y me soltó:
-Yo cuando era joven me iba al “baile”. Escuchábamos música de verdad, escuchábamos a una orquesta tocar.
Al decir aquello al hombre se le pusieron los ojos llorosos. Estaba realmente conmovido.
-Tú, hijo, no sabes lo que es bailar agarradito – me dijo -. Aquello era mucho más que cualquier otra cosa que hayan inventado ahora (por mucho reggeaton que digan), allí, mientras bailábamos, realizábamos un auténtico ritual. En aquellos tiempos te las tenías que ingeniar como podías.
Sonrío pensativo y se largó. Así, sin más. Entonces me vino un flash a la cabeza. Vi a aquel señor bailando. Era joven. Tenía más pelo… Era de color negro oscuro y también lucía un enorme bigote. Lo vi agarrado a una joven virginal, preciosa, que le sonreía sin malicia. Los dos unidos mientras sonaba “Ahí viene la conga”. Era muy romántico y, efectivamente, un auténtico ritual de apareamiento. Aquel hombre era un auténtico lince. Era capaz de colar la rodilla por en medio de las piernas de la zagala con una pericia envidiable.
Después de aquello me maldije por no haber nacido en los años treinta, cuarenta o, ya apurando un poco, en los cincuenta… Aquel hombre si que sabía. Ahora me he bajado del emule un montón de orquestas de mierda. Paul Moriat, Xavier Cugat, Ray Conniff… Joder, las tengo todas… Pero aquel señor no ha vuelto a aparecer y no creo que vuelva. 

jueves, 15 de marzo de 2012

UNA VACILADA FALLIDA

Yo, antes, de pequeño, era capaz de masturbarme con el anuncio de Fá. En lo que duraba aquel bello spot publicitario conseguía tener un orgasmo.
Eso sólo puede significar dos cosas: que antes los anuncios duraban más o que ya no estoy en la flor de la vida y me estoy haciendo viejo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

LO QUE PUDO SER PERO NO FUE

Esta mañana me levanté con la picha tiesa. Caminé por el pasillo hasta el lavabo como cada día y antes de sentarme a cagar me descubrí a mi mismo frente al espejo. Tenía el capullo brillante y todos los huevos colgando. "Que hermoso", me dije. Pensé que aquello se merecía una paja. Sería mi momento de gloria... Pero entonces miré el reloj. Llegaba tarde al trabajo, así que decidí guardarme el aparato y salir a la calle a ganarme el pan. Una vez más las obligaciones echaban por tierra un modo excelente de comenzar el día. Seguro después me iba a esperar una jornada de mierda y que me iba a arrepentir de no haberme sacudido el manubrio... A veces pienso que estoy atrapado, joder.